3 de mayo de 2010

BECOMING AN IRONMAN: 'Feliz cumpleaños para mi'

Libro: Becoming an Ironman by Kara Douglass Thom

La semana pasada tuve una grata sorpresa, mi amigo –número 12 en el ranking histórico ecuatoriano de IronmanMauricio Rodríguez me regaló este libro y me escribió más tarde lo siguiente:

"... más allá de la medalla de un ironman, lo que estás viviendo como persona, como crecimiento individual, te está construyendo como un ser humano diferente (no mejor ni peor) ... ¡¡eso es ser un ironman!!! ... saber que las dificultades, las limitaciones, los sueños, el ejemplo a la familia, al entorno te pone en una posición privilegiada para enfrentar y ayudar a que otros enfrenten la vida ..."

¡¡Gracias IM Mauricio!! 

Este libro, dice la autora, es una antología de las experiencias de atletas que realizaron su primer ironman.  A continuación les comparto la primera experiencia, que es una muestra de la carga emocional que contiene esta obra:

¡Feliz Cumpleaños para mi!
Ed Rankin
Fecha de nacimiento: 20 de mayo de 1970
Competencia: Ironman de California, 2000
Tiempo:  11:25:54

El 20 de mayo de 2000, cumplí 30 años mientras estaba dormido.  A las 4h30 sonó la alarma, aunque estoy seguro que ya había despertado. Sorpresivamente me había quedado bien dormido considerando el día que me esperaba, pero el amanecer silenciosamente mezcló la pesadez con mis nervios y reuní lo que necesitaba como si todavía siguiera soñando.

Dejé dormidos a mi hermano y hermana y salí a desayunar. Escogí algo diferente a la comida pre-competencia ortodoxa como avena, pan o yogurt.  No comería alimentos sólidos por muchas horas.  Unas horas más tarde había comido y me había dirigido junto a mis hermanos al sitio de partida de la natación, y con cierta dificultad me había puesto el wetsuit y mi gorra roja de látex.  Mis padres, cuyo vuelo desde Washington DC, estaba retrasado, llegarían en algún momento durante la manga de ciclismo.

Mi familia no sabía al principio que era un gran reto, y yo tampoco.  Todo lo que conocía es que estaría en la competencia por alrededor de doce horas y que ellos me verían quizás diez segundos.  Y sabía que era una propuesta costosa –mis padres y mi hermana venían del D.C., mi hermano de San Francisco– por lo que nunca la mencioné.  Fue mi hermana la que llamó a las tropas.  La mayor de mis hermanas, la organizadora de la gente, arreó a todos.  Estoy seguro que no tuvieron otra alternativa.  Pero al final lo disfrutaron, y para mi tener a mi familia fue una enorme parte de la experiencia ironman.

Me uní a la masa de 1 500 de atletas blindados de forma idéntica y caminé lentamente a la rampa en el agua.  Justo antes de llegar al agua, regresé a ver a mi hermano que estaba parado en la rampa con lágrimas en su ojos. No sabía si estaba orgulloso de mi o tenía miedo de mi, pero la emoción era contagiosa y empecé a preocuparme porque había llenado mis gafas de natación desde adentro.

Fue hace apenas tres años, mientras almorzaba con mi padre, que consideré hacer esta distancia. Le contaba sobre mi primo Michael, que había hecho algunos ironman y que le había ido bien. Intentaba explicarle la hazaña. Viró su cabeza y dijo: "Hazme un favor. Dime que nunca harás algo así."  Eso probablemente me fortaleció.  No soy un rebelde y no tengo que probarle algo a mi papá, pero supe que no podía hacerle esa promesa.

Ahora mi padre estaba en camino para ver al menor de sus hijos completar un triatlón ironman. Probablemente pensó que también podría ver a su hijo golpearse la cabeza contra la pared. Es una cosa difícil de hacer ¿porqué lo haces?

A toda la gente buena le gusta comer.
Todos los que tienen hambre son buenas personas.
Todos los que no tienen hambre son malas personas.
Es mejor tener hambre que ser rico.
Este silogismo destrozado cuelga, enmarcado, en el pared del comedor de uno de mis lugares favoritos.  Lo había leído y absorbido dentro de mi consciencia desde que tenía cinco años.  No estoy seguro cuando descubrí que tenía un significado gracioso y que no necesariamente eran palabras a vivir, o aún no lo descubro.  Me gusta comer y todavía creo que es una cosa buena.

A mucha gente le gusta comer, o lo dicen, pero mi familia tiene una afición por el momento de la comida que pienso que no es comparable en el mundo civilizado.  He oído a gente hablar sobre la cocina como el centro de su casa y que la fraternidad descubierta al momento de comer, la calidez y la conversación relajada son tan agradables, tan importantes.  Eso es bonito, y estoy de acuerdo hasta cierto punto, pero para mi se convierte en acciones de masticado y tragado.  Eso hizo algo conmigo.  Amo una cena elegante gourmet con los amigos y la familia pero también disfruto comer un paquete entero de atún con el doble de mantequilla.  Creo que solo soy especialmente una buena persona.

Ser esa buena persona parecía no tener consecuencias hasta que cumplí once años.  Mi peso fue de  65 libras por años. Recuerdo estar sentado al lado de mi padre, quien era el triple de mi tamaño, y comer igual que él cubierto a cubierto. Las bromas sobre los que comen demasiado ya eran viejas para mi a la edad de siete años.  Cuando estaba en sexto grado, desarrollé una bonita llanta de repuesto, mi cara se hinchó y muy pronto me convertí en un chico obeso.  Ser gordo en el colegio es feo, y ser gordo en general es feo. Sabía que no debía esperar para mejorar esa situación.

Fui a un gimnasio por primera vez cuando estaba en el octavo grado.  Creo que mi indiscriminado placer por la comida sólida me ayudó a tener éxito al principio.  Al no estar expuesto antes a ellos, no reconocía a las ensaladas bajas en grasas, al pavo, la mayonesa libre de grasa como el veneno  que probablemente son.  Intentaba acoger la noción de que a la gente buena le gusta comer porciones pequeñas y que le gusta dejar de comer antes de hartarse.  Empecé a tratar de creer que era una mala persona por disfrutar sin sentirme lleno.  Así empezaron quince años de una vida alternativa que disfruté, e hice dieta.

En la universidad conocí a una muy agradable chica que no parecía importarle mi estilo de vida.  Era una motivadora.  Le gustaba hablar de forma encantadora sobre mi cintura. Yo vivía con felicidad en la negación hasta que fui a una tienda de ropa para comprarme unos jeans.  Sin poder ayudarme, me recomendaron que busque un sitio especializado en mi talla.  Dejé de tomar cerveza por un tiempo, reduje mis porciones, comí con menos frecuencia y una vez por semana ayuné el día completo.  Fui miserable, pero reduje de peso.  De alguna forma conseguí ser menos pesado que un obeso y me mantuve así por un número de años.  Pero seguí pensando en mi mismo como el chico gordo, y el momento del almuerzo fue siempre la ocasión para dolorosas elecciones.

Estuve así hasta que un compañero de trabajo me entregó de manera casual la respuesta. "¿Hey Ed, quieres correr las diez millas del Cherry Blossom esta primavera?" preguntó.  Algo dentro de mi apareció, y me escuché respondiendo, "Claro, inscríbeme".  De alguna manera supe de forma inmediata que me había encontrado, y el pensar en un día humillante y doloroso de una competencia sin entrenamiento me llevó a seguir un régimen regular de preparación física.

Todavía era un chico grande, así que la parte baja de mi cuerpo empezó a quejarse de mi nuevo estilo de vida.  Primero me dolían las canillas, luego las rodillas, la parte posterior de las piernas y también la cadera.  Tomaba de tres a cuatro aspirinas antes de correr y algunas más después para poder caminar normalmente.  Pero después ni eso me ayudaba. Debí parar de correr por un tiempo.  Había sido de niño un nadador competitivo y era una de las cosas en las que era bueno.  Me resultó una sustitución fácil.  Nadaba tres o cuatro veces por semana y después regresaba a correr con facilidad. Pronto estaba corriendo libre de medicamentos y sintiéndome muy bien.  Llegó el día de la carrera y no me pude sentir mejor. Fui un miembro calificado de un grupo de seis mil entusiastas corredores.  Ese día estaba seguro que dejé de ser un chico gordo.

Luego descubrí que si no me inscribía en otra competencia –pagando y marcando en el calendario– no podía ejercitarme de manera regular.  Los triatlones siempre me habían llamado la atención desde más joven. Recuerdo haber visto la cobertura de una de las primeras competencias del ironman de Hawai. Tuve el sueño de hacer algo como eso, pero igual soñé en ser presidente o astronauta o el chico más popular de la secundaria.  Era una fantasía. Pero ahora estaba en buena forma para correr y nadar.  Me dije, 'cualquiera puede montar una bicicleta, hasta puede ser bueno rodar en bici para descansar de las jornadas duras de natación y atletismo'.  Otra vez, mi compañero de trabajo me sugirió una carrera, y un par de meses más tarde estaba listo para mi primer triatlón.  Mi destreza en la natación y mi enfoque indiferente a la bicicleta me condujeron a una experiencia ligeramente frustrante de verme la mayor parte del recorrido pasar zumbando mientras buscaba en vano el piñón para rodar más suavemente.  Pero recuperé algo de tiempo al correr, y al final supe que quería hacerlo otra vez, quería hacerlo mejor, quería hacerlo más fuerte, quería ser un triatleta.

Nadé más de dos millas y media en un recorrido mal medido en un Oceáno Pacífico muy frío. Me sentí aliviado.  La masa de 'nadadores luchadores' no fue tan dura como lo había anticipado –un par de patadas y puñetes, pero en general un nado tranquilo en la mayor parte.  Algunos voluntarios eficientes me ayudaron a quitarme el wetsuit y a encontrar mi funda para la transición natación-ciclismo.  Ya cambiado, me encontré con los otros cientos de personas que empezaban una jornada desconocida: la manga de ciclismo de 180 Km.  Había rodado más de 160 Km, pero nunca con la intención de ahorrar energía para correr una maratón al finalizar.  Me sentía muy bien pero sabía que el día recién empezaba. Con la natación terminada trataba de pensar que había completa el un tercio de mi primer ironman, pero sabía que había apenas había cubierto dos horas y me faltaban alrededor de diez más.

Escuché que nombraban el número para la funda de necesidades especiales, pero nunca la retiré. No me importó.  Igual no tenía la menor idea que poner en ella. Solo perdí algunas gomitas de dulce, unas aspirinas y algunos GUs. Mi único problema real sobre la bicicleta fue la sobre-hidratación.  Como me instruyeron mi primo y mi entrenador, no me bajé de la bicicleta para 'hacer pís'.

En el año 1999, después de algunos años de dos a tres triatlones cortos en el verano, me mudé a Boulder, Colorado.  No fui allá para entrenar, pero muy pronto encontré a gente que si lo hacía. Hice el Boulder Peak, un triatlón de distancia olímpica, y decidí que necesitaba algo un poco más exigente.  Estaba jugueteando con la idea de hacer un ironman cuando llegué al portal de internet del Ironman de California.  Envíe un e-mail a los organizadores y supe que quedaban unos pocos cupos, pero debía inscribirme hasta el día siguiente.

El día que mi aplicación fue aceptada, conseguí una entrenadora.  Todo lo que tenía que hacer es lo ella me dijera que haga.  Ella sabría si estaba entrenando duro y sabría controlarme, y no tendría que preocuparme en hacer lo suficiente.  También podría sentirme cómodo sabiendo que ese trabajo era el específico para realizar un ironman.  Me hizo levantar pesas, series en pista y entrenamiento de intervalos, que nunca los había realizado. Teníamos nueve meses para trabajar juntos, y eso sería suficiente.

Alrededor de las 14h30, terminé el ciclismo en menos de seis horas.  Estaba muy satisfecho y sorprendido de saber que el ciclismo resultó ser mi fuerte. Hubo cuestas, pero creo que mi entrenamiento en Colorado me sirvió.  Me sentía algo avergonzado de haber llegado hasta ese instante sin problemas.  Feliz cumpleaños a mi ...

El más grande e inesperado de los problemas se presentó tres semanas antes cuando renuncié a mi trabajo como administrador de redes porque mi jefe rehusó darme licencia para mi competencia.  Había estado hablando del ironman desde septiembre, cuando me inscribí.  Presenté mi renuncia.  Mi empleador decidió que era un riesgo de seguridad tenerme cerca y me pagó para irme a casa.  Tuve la oportunidad de viajar a San Diego, parando en todos los parques temáticos que pude antes de llegar a la línea de partida.

En el lugar de la transición un santo voluntario se sentó a mi lado y me preparó mis cosas para correr.  Abrió los dos paquetes de Advil y me trajo un vaso de agua mientras me cambiaba.  Otros dos me pusieron bloqueador y me guiaron a la salida.  Después de dos o tres millas vi a toda mi familia esperándome. Hicieron mucho ruido a mi paso.  Mi hermana me acompaño unos minutos.   Cuando se separó descubrí que pasaría por ahí tres veces más.  Esto redujo la carrera a segmentos más cortos.   Esto me dio energía.  Estaba seguro que dolía, pero no lo sentía.

Cuando empecé a prepararme mi entrenadora me preguntó cuáles eran mis metas.  Le dije que me interesaba terminar con un buen tiempo.  Especialmente, no quería caminar.  

Al pasar por tercera vez por el lugar donde estaba mi familia, se me unió mi hermano.  En su vida había corrido más de dos kilómetros, por lo que estaba muy agradecido por su esfuerzo.  Seis o siete minutos después me dijo que no podía más y que me vería en la meta.  Desconocía si la compañía de mis hermanos eran una ilegal ayuda emocional, pero no nos atraparon e hizo toda la diferencia del mundo.

En los últimos 200 metros me sentí como que tenía piernas nuevas.  Corrí con mis brazos sobre mi cabeza con todas mis fuerzas como si fuera el triunfador de la competencia.  Los organizadores inclusive sostuvieron una cinta para que yo la rompiera.  Menos de once horas y media.  En realidad no sabía lo que eso significaba, pero estaba muy feliz.  Mi cuerpo no sabía como reaccionar a la emoción.

Fui premiado con una medalla y una camiseta y llevado a la tienda de masajes.  Después de un corto pero muy necesario masaje, me reuní con mi familia y recordé que era mi cumpleaños.  De repente tenía muchas ganas de comida sólida y de una cerveza.  Estaba muy orgulloso de mi.  Lo hice y siempre la habré hecho.  Aunque vuelva a pesar 230 libras, seguiré siendo un ironman.

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