15 de febrero de 2023

GALÁPAGOS 2009: MI PRIMERA EXPERIENCIA DE NATACIÓN EN AGUAS ABIERTAS

Había estado en el archipiélago en tres ocasiones anteriores y en ninguna de ellas había aprovechado la oportunidad de sumergirme en las cristalinas aguas de este paraíso. En el año 1997 tomé una escafandra y tímidamente caminé unos pocos metros hasta donde pude mantenerme parado con la cabeza fuera del agua ... al sumergir la cara en el agua quedé asombrado de la cantidad de peces que habían estado a mi alrededor.  Me propuse que en la próxima oportunidad realizaría snorkel en la zona en la que se ancle el bote. Era muy incómodo ser parte del grupo que por no saber nadar se perdía  conocer más de cerca la espectacular fauna marina de Galápagos.

Aprovechando las vacaciones escolares por Semana Santa del 2009 decidimos armar maletas y volar hacia las islas encantadas. El entrenamiento del triatlón se suspendía (especialmente el del ciclismo), pero buscaría la oportunidad para nadar al menos una hora en el mar.

El domingo emprendimos la excursión hacia Tortuga Bay en la isla Santa Cruz, un sitio famoso por la presencia de las tortugas marinas. La primera recomendación que le dan al turista es que al llegar a la playa camine hacia su derecha otros quince minutos hasta llegar a la 'playa mansa' ya que en la 'playa brava' es muy peligroso nadar. La caminata es de alrededor de 45 minutos (30 en el sendero y 15 por la playa). Todo el esfuerzo se ve recompensado al descubrir un hermoso lago gigante de agua salada y playa de arena blanca que a pesar del candente sol no quema, la zona de la 'playa mansa'.  Había llegado mi oportunidad.  Debía pasar de nadar en piscina viendo los azulejos a nadar en aguas abiertas.

Calculo que el sector es de alrededor de unos 300 metros de diámetro, así que como primer paso usé aletas para cruzarme desde la playa hacia el otro extremo.  Aletas, gafas, tapones en los oídos y al agua. Con las aletas (con motor, dicen los nadadores) se avanza con buena velocidad, así que de manera bastante rápida me encontraba en la mitad del 'lago'. Avancé un poco más y me di cuenta que si no se observa con cierta frecuencia a donde se desea ir se pierde con facilidad el rumbo. Apliqué la recomendación de los triatletas: cada seis brazadas hay que sacar la cabeza y observar el punto de referencia que hayamos escogido. El miedo escénico desapareció. Sentí que flotaba mejor y que podía nadar de forma más relajada. Repetí el recorrido con las aletas dos veces más.

Me quité el motor (las aletas) y realicé el mismo recorrido.  Gafas, tapones en los oídos y al agua. Después de avanzar unos 30 metros sentí que las gafas no estaban bien ajustadas y que había entrado un poco de agua, como no era mucha seguí nadando, pero 100 metros más adelante ya ocupaba más de la mitad del espacio entre mis ojos y los lentes de las gafas. Al ser un nadador principiante, al dejar de nadar simplemente me empezaba a sumergir. Me era imposible dejar de nadar y mantenerme a flote para ajustar las gafas. La única estrategia posible era acelerar la marcha, aunque con las gafas en ese estado mi visión era mínima.  Mi único punto de referencia fue una línea blanca que suponía era la playa. Llegué al punto en que el agua llenó por completo las dos cápsulas de las gafas. Me relajé, seguí nadando y me dirigí a la línea blanca con mis ojos inundados de agua salada.  Algunos minutos después logré regresar a la playa.  La lección quedó bien aprendida: si al iniciar el recorrido (en cualquiera de las tres disciplinas del triatlón) sientes alguna molestia y no la solucionas de inmediato,  es seguro que se agravará después. Muy serio y preocupado les conté lo que había pasado a la Flaca, las hijos y los hijos y se mataron de la risa.  

Me faltaba la quinta y última serie (la segunda sin aletas).  Gafas ajustadas (bien ajustadas y bien revisadas), tapones y al agua.  Fueron unos 450 metros maravillosos. Me sentí muy bien.  Terminé mi primer entrenamiento de natación fuera de la piscina.  Logré cubrir en total más de dos kilómetros en el mar, aunque estaba consciente que esa zona era en la práctica un lago de agua salada.



El lunes viajamos a la isla Floreana donde "podrán hacer snorkel los que deseen.  Hay tres zonas, la primera es para los novatos, la segunda para los intermedios y la 'corona del diablo' para los buenos nadadores con buena experiencia en snorkel", explicaba con claridad el guía turístico. La experiencia en la primera y la segunda zonas fue hermosa: integración con peces multicolores y un par de lobos marinos juguetones.

Al llegar a la zona de la 'corona del diablo', el guía realiza nuevamente la misma advertencia "solo los buenos nadadores con buena experiencia en snorkel"  ¿Por qué?, le pregunté, y me respondió que era un área abierta con fuertes corrientes marinas. Era un nadador en construcción, un novato con apenas dos kilómetros de recorrido en aguas abiertas mansas y menos de dos horas en snorkel.  A pesar de la cara de tristeza de mi pequeño Pedro que quería que vaya, me quedé con el grupo que no pudo observar a tres tiburones, dos tortugas marinas, una mantarraya y miles de pescados multicolores. Los que se lanzaron al agua retornaron muy felices pero asustados ¿les asustaron los tiburones? les preguntamos, "para nada", dijeron, "fue muy difícil nadar con las corrientes lanzándonos contra las rocas".

Para cerrar con broche de oro, el jueves por la mañana realizamos nuevamente snorkel en Sta. Cruz junto a muchos peces y una tortuga marina. Por la tarde viajamos a la playa del 'garrapatero' donde nadé alrededor de un kilómetro en unas aguas mucho más agitadas que las de la playa mansa de Tortuga Bay.

Después de seis noches en el archipiélago retornamos a Quito muy contentos por haber visitado este patrimonio de la humanidad y, por mi lado deportivo, por mis primeras experiencias en aguas abiertas.

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