21 de junio de 2011

¿Por qué correr solo los fines de semana si se puede hacerlo todo el tiempo? ¿Por qué hacerlo todo el tiempo si se puede hacerlo toda la vida?


¿Por qué corrí el maratón de Lima, el pasado 15 de mayo 2011? No me pregunto por qué la gente corre maratones, ni quiero exhortar a que todo el mundo se ponga a hacer lo mismo. Como decía alguien, si hay algo en lo que soy experto, es mi propia experiencia, y de eso voy a hablar.

Solía hacerme la misma pregunta - ¿por qué diablos estoy corriendo? – en la primera mitad de la competencia, cuando me inicié como corredor aficionado. Pasado el entusiasmo de la salida y estando todavía lejos de la meta, inevitablemente llegaba a pensar que esto de agotarse a propósito, y encima pagar por ello, no había sido una buena idea. Hoy corro con gusto, 10 Km, y hasta 21 Km. Pero en un maratón el cuerpo toca sus límites, y se agotan las reservas físicas y emocionales. Entonces, ¿por qué lo hice?

Primero fue la necedad y al amor propio. Siendo miembro de un club de maratonistas me resultaba vergonzoso que yo no fuera uno de ellos. Pero en la espiritualidad ignaciana se nos enseña a distinguir los motivos auténticos de los inauténticos, y, con el perdón de Ignacio de Loyola por aplicar sus enseñanzas a cosas tan pedestres, pronto descubrí que este primer motivo no era en realidad el verdadero.

Al mes de haber corrido el maratón, mientras convalezco de una lesión producida no por la competencia misma sino por el regreso prematuro al entrenamiento, puedo entender mejor por qué lo hice. Me gustan los grandes objetivos, los horizontes lejanos, las pruebas. En el tiempo y lugar que me ha tocado vivir, y bajo las circunstancias en que me encuentro, esto quiere decir correr sin parar los 42,195 Km de esta competencia.

Comencé a entrenar en Ruta 42 el 2007 porque el médico me recomendó hacer media hora de ejercicio diario para reducir el colesterol. Contribuyó también a esta decisión el que mi hermana me haya desafiado a correr la Ruta de las Iglesias de ese año. Cuando completé los 10 Km de esa carrera, me sentí realizado, porque nunca me había considerado capaz de correr tal distancia. Nunca me consideré capaz porque en realidad nunca antes ni siquiera lo pensé. Luego de esto vinieron otras carreras, como las Últimas Noticias del 2008 con la cual quise sacarme el clavo de aquella que corrí a mis 20 años, y que abandoné a la mitad. O aquella organizada por la Policía, en el mismo 2008, cuando me propuse como estrategia de carrera el rebasar a todos los agentes del GOE o del GIR que viera. Vi ocho de ellos, luego no vi más, y finalmente vi el cuarto de emergencias del hospital Vozandes.

Pero pronto estas carreras me parecieron insuficientes. En la pequeña escala de este hobby que es el atletismo,  se reprodujo en mí el mismo movimiento interno que determinó que me inclinara por la vida de jesuita: estaba insatisfecho con lo poco, quería más. ¿Por qué vivir mi fe los fines de semana si podía hacerlo todo el tiempo? ¿Por qué hacerlo todo el tiempo si podía hacerlo toda la vida? Por motivos parecidos decidí que ya había llegado hora de ir por los 42 km. Las mismas competencias que antes me habían satisfecho, ahora me empujaban a más.

Entonces me inscribí  como el corredor n. 53, compré el boleto a Lima y reservé el hotel. Confieso que al inicio lo que realmente me asustaba era el entrenamiento, no el maratón mismo, porque nunca había corrido más de 22 Km. Cuando terminé con éxito la larga de 30 Km sentí que había resquebrajado la barrera del miedo, y cuando completé felizmente la larga de 34 Km, la había ya destruido. Luego de esto comenzó mi preocupación por el maratón.

El entorno humano que rodeó el viaje y la competencia fue de lo mejor: buenos amigos, envueltos todos en una nube de mucho humor y ánimo. Las condiciones climáticas y físicas de la competencia me parecieron buenas, o tal vez estaba yo demasiado optimista. El hecho es que me sentí rodeado de todas las ventajas que cualquiera desearía en una situación como ésta. Por ello pude mantenerme al ritmo constante de 5’45’’ el kilómetro hasta el kilómetro 30, con la compañía exigente de Ximena Caiza. Pasado ese punto Ximena se alejó y yo reduje el ritmo porque, entre otras razones, quise prepararme para la temida pared: ¿Me sucedería a mí como a un gran número de corredores? ¿Cómo se manifestaría? ¿Con calambres, desmayos, quebranto de la voluntad? ¿A qué santo habría que encomendarse? En toda mi formación teológica nunca nadie me dijo quién era el patrono de los maratonistas; ¡una laguna más en mis estudios! Al fin, ya por el kilómetro 37 o 38, me di cuenta que seguía corriendo, agotado eso sí, pero no derrotado, y me dije que si hasta entonces no había muerto, señal era de que estaba vivo – siempre he sido bueno en lógica aristotélica. Aceleré lo que pude en este último tramo y crucé la meta convencido que había completado algo así como un PhD en atletismo.

Los maratonistas no estamos para pocas cosas – noten que me incluyo ya en el grupo. El atletismo es un hobby, es verdad, pero de él se pueden sacar algunas lecciones aplicables a ámbitos más importantes de la vida. Uno: el esfuerzo y la perseverancia ayudan a conseguir las metas que uno se propone. No todo es cuestión de voluntad, como es obvio, pero la sociedad cómoda en la que vivimos a veces nos hace renunciar pronto al esfuerzo y la perseverancia. Con el atletismo se recupera su verdadero valor, no más allá de lo que estas virtudes ofrecen, pero tampoco más acá de lo que nos permiten lograr. Dos: el rival a vencer es uno mismo. Muy en nuestro interior habitan miedos y dudas tan antiguos como nosotros mismos; en el deporte se manifiestan, así como lo hacen en otras dimensiones de la vida. Son nuestros propios demonios ante los cuales cabe tres actitudes: ignorarlos, someterse a ellos, o exorcizarlos con un maratón, u otra práctica igualmente seria. Tres: el maratón y su entrenamiento constituyen un excelente ejemplo de la sinergia equilibrada entre grupo e individuo que debería guiar la vida. El grupo te acompaña pero no te reemplaza; el grupo te invita, y a veces te presiona, pero tú decides; el grupo te ofrece ejemplos y consejos, pero quien define la estrategia finalmente eres tú; el grupo sin ti sería diferente, y tu sin el grupo seguramente también.

Una primera experiencia de maratón ofrece algunas enseñanzas pero no todas, ni tal vez las principales; para esto habrá que escuchar a los más avezados.  Concluyo con un pequeño descubrimiento: esto de la tecnología en la vestimenta, hasta el más mínimo detalle, me resulta exagerado. Hay que buscar lo más cómodo y apropiado, sin duda alguna; hay que calzarse con mucho cuidado, claro que sí. Sin embargo tomémonos con calma este aspecto del maratón, y no cedamos a la presión de la publicidad deportiva. Se los digo yo, que sin saberlo corrí con una media zurcida 42 km y 4h 17 minutos que no los habría disfrutado si lo hubiese sabido. 4h 17 minutos, más los meses previos de entrenamiento, para lecciones más grandes que todavía quedan por asimilar.

Vía: Ruta 42


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