Artículo original: Questions, Not Answers, Make Science the Ultimate Adventure (Brian Greene/Wired)
Imagen del Large Hadron Collider de Life.com
Si alguna civilización súperavanzada llegara a la Tierra con la explicación definitiva de todo lo del cosmos, sería emocionante al principio –sería escalofriante tener las respuestas a todas las preguntas que nos hemos hecho a través de las épocas. Pero en un período corto, los científicos de todo el mundo estarían completamente deprimidos. Sin más misterios por resolver, el trabajo científico se detendría.
Siempre que hablo sobre esto a mis estudiantes, me llama la atención de lo sorprendidos que quedan. Para la gran mayoría, la ciencia solo es acerca de respuestas –el material que se encuentra entre las portadas de sus libros. Es comprensible. Para la mayor parte, enseñamos ciencia como si fuera un negocio técnico: aprenda estos hechos sobre las células. Memorice estas ecuaciones que describen el movimiento. Equilibre estas reacciones que subyacen la oxidación. Y luego demuestre competencia al pasar un examen. Con este enfoque torcido en los aspectos finales de la investigación, las exploraciones científicas en sí mismas reciben la más mínima atención.
Pero la ciencia es el viaje. La ciencia es acerca de sumergirse en una profunda incertidumbre mientras se lidia con los más profundos misterios. Es la máxima aventura. En contra de asombrosos obstáculos, una especie que apenas ha caminado unos pocos millones de años está intentando resolver los acertijos que han demorado miles de millones de años en hacerse. ¿Cómo empezó el universo? ¿Cómo inició la vida? ¿Cómo surgió la consciencia? Einstein lo capturó mejor cuando escribió, "los años de búsqueda ansiosa en la obscuridad por una verdad que uno siente pero que no puede expresar". Eso es la ciencia.
Ser un científico es comprometerse a una vida de confusión salpicada por momentos raros de claridad. Cuando dejo en la noche mi oficina, me llevo la confusión conmigo. Rumiando sobre estas ecuaciones, buscando patrones, buscando relaciones escondidas, tratando de hacer contacto con datos medidos –todas las incertidumbres y posibilidades engranadas en una danza caótica sin fin. De vez en cuando la penumbra se resuelve, pero el respiro es de vida corta; el próximo acertijo requiere enfoque. Las verdades establecidas son reconfortantes, pero es el misterio lo que hace que duela el alma y que una vida de exploración valga la pena.
Mi propio campo de investigación, la búsqueda de una teoría unificada, no es extraño a la incertidumbre. Una teoría unificada busca unir la teoría de la gravedad de Einstein, un marco que es relevante cuando las cosas son grandes, con la mecánica cuántica, un cuerpo de leyes que entran en juego cuando las cosas son pequeñas. Sabíamos desde hace medio siglo que cada uno de estos modelos trabajan bien en su propio dominio, pero también que cada uno proclama que el otro es defectuoso.
Unir a los antagonistas enfrentados es esencial para profundizar en los otros grandes –que pasó en el bing bang, el verdadero destino de la materia que cae en el centro de un agujero negro, inclusive la naturaleza del tiempo. Empecé a trabajar en la teoría de cuerdas–una de los acercamientos más prometedores– hace 25 años, como un joven graduado con hambre de dejar marca en el mundo físico. Fue un período excitante que llevó a algunos a proclamar de forma ingenua que los interiores de la teoría de las cuerdas serían tan avasalladores que el fin de la física se acercaba. Por supuesto, que no era cierto. Inclusive ahora, mientras atestiguamos estupendos progresos y la resolución de problemas pensada más allá del alcance, un aspecto final de la teoría de cuerdas sigue evasivo.
Para algunos, podría ser una desilusión. Pero no es así como lo veo. Para mi, las décadas pasadas de ansiosa búsqueda han iluminado espectaculares límites: extra dimensiones de espacio curvo en pequeños laberintos geeométricos, una cornucopia de universos moviéndose más allá del más distante horizonte cósmico, la tela de espacio y tiempo cosida con cuerdas vibrantes. Están son las parcialmente formadas, posibilidades sensacionales que los esfuerzos revelaron a lo lejos. ¿Son correctas? No lo se. Nadie lo sabe. Existe una oportunidad que el nuevo acelerador de Génova, el Large Hadron Collider, nos de el primer entendimiento experimental.
Sin importar el resultado, la jornada fue excitante, y a través de ella siento una conexión emocional con el cosmos que no creo la habría adquirido de otra manera. Mi intuición me dice que esta odisea particular llegará a la tierra prometida, quizás conformando pensamientos teóricos del ahora, quizás en una forma futura que habrá evolucionado de manera significativa. Sino, en el improbable evento que el trabajo en el cual ha laborado nuestra generación no esté en los libros de texto, puedo vivir con eso. Es lo que pasa a lo largo del camino lo que nos enriquece de forma natural. La lucha con el misterio, no el ascenso a la resolución, es lo que nos define.
¡Genial!
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