Artículo original: The Last Run
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En la tarde del 26 de julio, Paul, que en ese momento trabajaba como representante de ventas para una compañía de Internet, estaba visitando clientes en el norte de Virginia (ahora es un ejecutivo de cuenta de una compañía de software). Había sido un día frustrante, lleno de reuniones tediosas y de conversaciones agradables forzadas. Se registraba en la habitación del hotel a las siete de la noche cuando sonó su celular. Era Paige, su esposa. Sonaba tensa. "Kelly no ha regresado", le contó. "Dijo que estaría en casa para cenar a las 6:30, pero no tengo noticias de él ¿Piensas que debo llamar a la policía?"
Discutieron las alternativas y decidieron no llamar a la policía inmediatamente. Kelly probablemente asomaría en unos minutos ¿Así son los niños, verdad? Justo cuando uno está a punto de halarse los pelos, abren la puerta con una gran sonrisa indiferente. Pero, Paul utilizó la tecla de marcado rápido de su teléfono. No contestaba. Intentó otra vez. No contestaba. Marcó una y otra vez, casi cada minuto y empezó a sentir que su estómago empezaba a revolverse. Kelly era un chico cuidadoso; entendía que debía mantenerse en contacto con sus padres, nunca tuvimos roces por esto. "Nunca tuvimos problemas en localizarle", dice Paul. "Empezaba a tener un mal presentimiento".
A las 7:30 Paul llamó a Paige y le pidió que llame a la policía. Treinta minutos más tarde, sonó su teléfono. Era Paige informándole que la policía le había encontrado. No estaba en Panorama, sino al otro lado del pueblo, cerca de Ridge Road. "Dijeron que está inconsciente, pero respirando", le dijo a su esposo. "Hay un equipo médico en camino".
Paul agarró sus maletas, corrió a su carro y empezó una carrera frenética hacia su casa. En el camino, se intentó convencer que las noticias no eran tan malas –al menos ya tenía noticias. "Gracias a Dios ya había sido encontrado", seguía diciéndose. "Esto es terrible, pero todo mejorará. Siempre es así". ... seguir leyendo
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